La gente regresa de lleno al siglo XIX por la pandemia
“Me he vuelto totalmente victoriana”, dijo Rhian Rees, de 34 años, sobre las flores prensadas, un pasatiempo de su infancia que ha redescubierto durante la cuarentena. “Se siente como si hubiéramos regresado a los viejos tiempos cuando la vida se sentía más frágil”.
Hace poco, tras una caminata por Santa Clarita, California, Rees, una actriz originaria de Inglaterra que ahora vive en el vecindario de Los Feliz en Los Ángeles, trajo a casa una variedad de plántulas, así como hojas y flores pequeñas y delicadas. Secó algunas con gel de sílice y después las dejó en medio de bloques de resina de poliéster, mientras que otras las colocó en una antigua prensa de flores que había estado empolvándose en su librero, y otras las puso entre las páginas de un libro sobre diseño estilo Shaker de casas e interiores del siglo XIX. Después estampó las flores secas y aplanadas en papel para carta que Rees usó para escribirle a familiares y amigos que estaban confinados en otros lugares. (Algunas de esas cartas fueron para dar el pésame. Rees perdió a un tío a causa de la COVID-19, al igual que al padrino de su esposo).
Ya que 26 millones de personas han solicitado beneficios por desempleo en las últimas cinco semanas, y otras han sido suspendidas sin goce de sueldo o liberadas de las horas que pasaban desplazándose al trabajo, muchos ahora tienen más tiempo libre, lo quieran o no. Algunos están recurriendo a versiones virtuales de las que eran sus actividades favoritas antes de la pandemia: desde que empezó el confinamiento han surgido fiestas de baile digitales, noches de juegos y clases para ejercitarse.
Sin embargo, otros han reducido el tiempo que pasan frente a las pantallas y han retomado antiguas manualidades de una era pasada: en concreto, la época victoriana de Inglaterra del siglo XIX, cuando una mayor riqueza e industrialización le concedió a la privilegiada clase alta más tiempo libre para estar en casa. La nueva clase liberada ocupó su tiempo en actividades como coleccionar helechos, prensar flores, hacer álbumes de recortes, jugar juegos de mesa y tocar música de cámara con sus propios instrumentos.
Rees dijo que su casero ha dejado que el césped de su jardín compartido crezca de forma espontánea.
“Hay muchos pequeños tréboles allá afuera”, dijo. “Así que he intentado encontrar algunos de cuatro hojas”.
Antes de que la pandemia frenara toda la actividad en Londres, Lucy O’Farrelly, de 19 años, trabajaba como asistente de producción en una casa de diseño especializada en ropa para niños y artículos de papelería. Pasaba la mayoría de sus mañanas intercambiando correos electrónicos con manufactureros en China. Ya que ahora no se están enviando muestras, han suspendido sus labores sin goce de sueldo.
“Tener tiempo lejos de eso ha sido genial”, comentó O’Farrelly. “La gente solo quiere evitar las pantallas”.
Está usando su tiempo libre para dedicarse a su pasatiempo favorito de la época victoriana: el “collage”. A diferencia de la práctica enfocada en las metas de crear un mural para manifestar lo que tu corazón desea, un collage no tiene mayor propósito que liberar la creatividad.
En el siglo XIX, los intelectuales como Johann Wolfgang von Goethe y otros empezaron a ahondar en los beneficios psicológicos positivos que se asociaban con un concepto que ahora se conoce como dominio: practicar una actividad en la que no tienes ningún grado previo de experiencia y mejorar poco a poco con el paso del tiempo.
En la actualidad, el dominio y la práctica consciente son los ejes en los que se enfoca Anders Ericsson, autor de “Peak: Secrets From the New Science of Expertise”, y profesor de psicología en la Universidad Estatal de Florida. “La habilidad de generar actividades hechas por ti y para ti es realmente valiosa”, explicó Ericsson, de 72 años, en una entrevista telefónica. Ha pasado sus ratos libres explorando Google Académico para identificar información nueva que no sabe aún. “Es una especie de juego para mí”, comentó.
En Brooklyn, Nueva York, Tom CJ Brown, de 35 años, también originario de Inglaterra, había soñado con tocar “Claro de Luna” en el arpa, pero no tenía el instrumento, que se popularizó en su forma moderna gracias a una tienda en Chicago en 1889, pero no es nada fácil de conseguir en Craigslist.
Brown, animador y cineasta, no ha trabajado desde mediados de marzo. A pesar de un repunte inicial en la demanda de anuncios animados después de que Hollywood suspendió las producciones en acción viva, dijo que el trabajo había escaseado en las últimas semanas, y ha tenido que encontrar nuevas formas de ocupar su tiempo de ocio dentro de casa.
“Sin duda sabía que quería hacer algo que no se pareciera mucho al trabajo”, dijo Brown. “Solo pensé: ‘Creo que necesito algo que me tome mucho tiempo’ y quería algo que estuviera completamente alejado de lo digital”.
En YouTube abundan los tutoriales sobre cómo tocar el arpa, y una mujer en su vecindario hasta daba clases por Zoom. Pero primero tenía que conseguir el instrumento. Intimidado por el precio de las arpas, incluso las de segunda mano, Brown decidió construir una propia. En Etsy, encontró un kit para armar un arpa folclórica para tocar en interiores por 159 dólares, un instrumento de 22 cuerdas con una caja de resonancia hecha de cartón y muchos pasos tardados de ensamblaje.
“Parece que la construí en 12 días. No fueron 12 horas, pero no soy Windmaster5000”, dijo en referencia a un constructor de arpas más veloz en YouTube.
Si bien aún no ha dominado “Claro de Luna”, Brown ya aprendió a tocar “Mary Had a Little Lamb”, y le encanta a su sobrino de 2 años.
“Ahora que el arpa está terminada me ha dado por ver el Edificio Chrysler con la esperanza de que enciendan las luces”, relató. “Es divertido, pero no es lo mismo”.
Erika Urso-Deutsch, de 34 años, es profesora de arte en una escuela católica y chef privada en Easton, Pensilvania. Además de adaptarse al aprendizaje a distancia con las clases que imparte por Zoom a sus estudiantes que van desde prescolar hasta octavo grado, Urso-Deutsch también ha encontrado el tiempo para dedicarse a un proyecto que había pospuesto hasta que la pandemia forzó el cierre de las escuelas: hacer colorantes naturales.
Se estaba preparando una taza de “leche dorada” — una bebida que combina leche (o leche deslactosada) con cúrcuma, canela y otras especias — cuando se le ocurrió la idea.
“Mis manos estaban muy manchadas de amarillo cuando terminé y pensé: ‘Espera, esto es lo que voy a usar para teñir huevos’”, relató Urso-Deutsch, que comenzó con una tanda de huevos cocidos para Pascua.
Los huevos de Pascua de Urso-Deutsch fueron un éxito, y se sintió inspirada a emprender un proyecto más ambicioso de teñir telas viejas, como un conjunto de servilletas de lino manchadas que le había heredado su familia. Las servilletas cobraron nueva vida tras remojarse en cubetas de agua en la que hirvió col morada, lo cual les dio un color violeta azulado, así como cúrcuma, y una carga de tinte color rojizo hecho de piel de cebolla morada.
Después de eso, tiñó cortinas y blondas de encaje, un vestido tejido, un chaleco a crochet, un viejo delantal y un estambre para tejer, todos en un arcoíris de rosas, morados y amarillos dorados.
“Sé que cuando esto termine, me sentiré bien con la manera en que usé mi tiempo”, afirmó. “Solo podemos controlar lo que podemos controlar, y ahora mismo eso se refiere a nosotros mismos”.