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Es la última función de Merkel. ¿Acaso un acuerdo de rescate por la pandemia sellará su legado?

Al terminar su décimo quinto año como canciller de Alemania, Angela Merkel, la gobernante más respetada y que más tiempo ha ocupado ese cargo en la Unión Europea, tiene ahora su última y más grande oportunidad de moldear el futuro del bloque y su propio legado.

Ahora que su largo reinado llega a su fin, ella y Alemania han asumido la presidencia rotativa de la UE hasta fin de año, en un momento en que el bloque enfrenta fuertes divisiones por un plan de recuperación del coronavirus, un nuevo presupuesto de siete años y amenazas al Estado de derecho en los Estados miembro del este.

El 17 de julio, Merkel se enfrenta a su primera gran prueba, ya que ella y otros líderes van a convocar su primera cumbre en persona en Bruselas desde que el brote de coronavirus se apoderó de Europa hace cinco meses. Con un sentido de urgencia, intentarán llegar a un consenso sobre la mejor manera de ayudar a las naciones europeas afectadas por el virus.

Las expectativas para el liderazgo de Merkel son altas. Sin embargo, aunque esta puede ser su última función, muchos esperan el mismo pragmatismo cauteloso y la misma renuencia a tomar medidas audaces y transformadoras que han caracterizado su tiempo en el cargo y su respuesta a las crisis europeas del pasado.

Como política, Merkel, quien pronto cumplirá 66 años, sigue siendo, como siempre, deliberadamente opaca, lo que permite a muchos imaginar que apoyará los resultados que ellos vean con buenos ojos. No obstante, por muy comprometida que esté con la Unión Europea, ha buscado incansablemente ese punto ideal en el que convergen los intereses alemanes y los europeos, guiada por la opinión pública alemana y su propia personalidad cautelosa.

Si bien en la crisis actual Merkel entiende que la economía europea necesita un rescate, también está plenamente consciente de que Alemania necesita una economía europea fuerte para que su propia prosperidad continúe.

Eso, más que nada, la llevó a abrir nuevos caminos con Francia respaldando la deuda mancomunada entre los miembros de la UE para evitar el colapso económico ocasionado por la pandemia, que la semana pasada calificó como “la mayor prueba a la que se haya enfrentado la Unión Europea”.

La propuesta (subvenciones que ascienden a 500.000 millones de euros, unos 570.000 millones de dólares, para las regiones más afectadas por la pandemia) representaba un cambio de opinión de la feroz oposición alemana a la deuda colectiva europea.

Algunos aclamaron su medida como un cambio radical, que sellaría su legado como europeísta, así como Helmut Kohl es recordado por su apoyo al euro.

Pero otros son escépticos y ven en cambio una respuesta única y típicamente pragmática a una crisis que amenazaba al mercado único europeo y, por ende, a la economía alemana.

Merkel, que suele decir lo que piensa, ha dejado claro que esa largueza fue “excepcional”.

“Alemania se ha movido mucho”, afirmó Daniela Schwarzer, directora del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores en Berlín. “Los alemanes en la presidencia siempre estuvieron listos para poner un poco más sobre la mesa, pero sin el virus, no habría habido ninguna revolución en el presupuesto”, dijo Schwarzer.

Ulrich Speck, investigador principal del German Marshall Fund en Berlín, afirmó que Merkel seguía siendo fiel a sí misma y que solo estaba cambiando porque los alemanes, profundamente incorporados a la Unión Europea, quieren ayudar a quienes se encuentran en una situación desesperada debido a la pandemia, en especial en Italia y España.

“Para ella, esto no cambia realmente a la Unión Europea, y la opinión pública lo motiva”, dijo Speck. “Esto no es polémico; es gestión de crisis. Un cambio permanente de estructura sí sería polémico”, agregó.

Pero otros, en particular los federalistas europeos de Francia e Italia, se atreven a creer que Merkel alberga una secreta simpatía por una integración europea más profunda y prefieren creer que está rompiendo un tabú.

Incluso si eso fuera cierto, dado que su tiempo en el cargo está a punto de terminar, cualquier cambio más permanente en las políticas tendría que venir de su sucesor y pocos creen que la actual banda de posibles sucesores en el puesto de canciller tendría el peso político, por no hablar del deseo, para repetir el ejercicio.

Pero primero Merkel debe lograr un acuerdo, lo cual no será sencillo, dado que los 27 Estados miembro deben llegar a un consenso.

Existe una importante oposición de las naciones del norte de Europa, como los Países Bajos y Austria, que se oponen a las subvenciones y quieren que los préstamos se otorguen con condiciones sobre el cambio estructural en las economías más débiles. Y habrá una pelea sobre cómo se distribuye y se controla el dinero.

A pesar de ello, dado lo que está en juego, es probable que Merkel consiga llegar a algún acuerdo, si no esta semana, entonces antes de fin de mes, cuando Europa se vaya de vacaciones, sin importar la gravedad de la crisis.

A Merkel sigue viéndosele como un vestigio de una Europa más antigua, que se benefició de las relaciones amistosas con Estados Unidos, de una saludable relación transatlántica, de una OTAN fuerte y de un consenso mundial sobre las virtudes del multilateralismo y del compromiso con una China en ascenso.

Esas creencias fundamentales ahora están en duda. Por mucho que se elogie a Merkel por su firmeza, en Europa se tiene una profunda sensación de que ella es una gobernante de otro tiempo y sus creencias fundamentales ya no se dan por sentado en un mundo más competitivo y con mayores rivalidades.

En opinión de Simon Tilford, del Foro para una Nueva Economía en Berlín, la pandemia le ha dado a Merkel la oportunidad de cambiar el discurso y creó un espacio político para que ella llevara a Alemania hacia una dirección más europea.

“Esta es una oportunidad para asegurar su legado como una canciller que hizo de tripas corazón y convenció a los alemanes de que les conviene aceptar una mayor responsabilidad en el desempeño de la economía europea en su conjunto”, afirmó Tilford.

Charles A. Kupchan, exdirector de Europa en el Consejo de Seguridad Nacional y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, dijo que “la pandemia ha despertado a Merkel y a Berlín”. Mientras el presidente de Francia Emmanuel Macron trataba de articular una visión para una Europa más integrada, dijo, “las luces se apagaron en Berlín, no hubo respuesta”.

Pero la pandemia planteó la posibilidad del colapso de la eurozona, “la zona cero no era Grecia sino Italia, con una economía mucho más grande, por lo que Merkel cruzó el río Rubicón”, dijo Kupchan.

“Pero mi mejor pronóstico es que este no es un momento de conversión para Merkel. Ella está respondiendo a una emergencia con medidas acordes. No se inclina por un cambio drástico en la arquitectura europea ni cuenta con el apoyo político para llevarlo a cabo”, concluyó Kupchan.