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Los que no figuran en la “Primera Internacional Progresista”

Leo en RT (Russia Today) un largo reportaje sobre la creación de una “Primera Internacional Progresista” para combatir las ideas liberales en los difíciles tiempos del Covid-19. RT es la voz oficiosa de la Rusia de Vladimir Putin. Se trata de un conjunto mediático que Moscú utiliza para tirar la piedra y esconder la mano.

Para entendernos, la “Primera Internacional Progresista” es una amalgama de personalidades e instituciones que suscriben tres supersticiones fundamentales: que el gasto público es magnífico, especialmente lo que llaman “gasto social”, que deben subirse los impuestos, y que el Estado es un buen gestor de esos ingresos. Curiosamente, Cuba, Venezuela y Nicaragua no participaron del aquelarre.

Forman parte de ella Evo Morales, Lula da Silva y Rafael Correa (los tres acusados o condenados en sus países por corrupción), junto a otros ex jefes de Estado o de Gobierno, como la brasileña Dilma Rousseff, el colombiano Ernesto Samper, el paraguayo Fernando Lugo, el uruguayo José Mujica, la argentina Cristina Kirchner o Rodríguez Zapatero de España.

Junto a esos personajes, está el pelotón de los escuderos de esa izquierda gastadora y deshonesta: Celso Amorim, ex canciller brasileño, el filólogo Noam Chomsky, la escritora canadiense Naomi Klein, el abogado Baltasar Garzón, los cineastas Danny Glover, Sean Penn y Oliver Stone, los tres vinculados a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro, a los que se agrega, entre otros, el actor mexicano Gael García Bernal.

Los convocó y presidió el chileno Marco Enríquez-Ominami, ex diputado socialista que piensa lanzarse otra vez a la lucha presidencial. Para ello ha creado el Grupo de Puebla. Por ahora no pone demasiados reparos a la democracia liberal que predica la separación de poderes, las libertades civiles, la alternabilidad electoral y el resto de los rasgos de los Estados creados como consecuencia de la Ilustración a partir de 1776, cuando se independizó Estados Unidos.

El “Grupo de Puebla” es un descendiente directo del “Socialismo del siglo XXI”. Según la doctora Hilda Molina, científica cubana de gran relevancia, hoy exiliada en Argentina, Fidel Castro se enamoró de la denominación y le pidió a Hugo Chávez que adquiriera el nombre para su engendro imperial, pero no las teorías del alemán-mexicano Heinz Dieterich. Finalmente, en el 2005 Chávez mencionó en un discurso el “Socialismo del siglo XXI”.

Al contrario de la evolución ideológica del siglo XIX, que se fue radicalizando paulatinamente, la de los siglos XX y XXI va perdiendo estridencia en la medida en que el comunismo pierde fuelle como consecuencia de su evidente fracaso. Había que ser un imbécil redomado o un obtuso dogmático para no advertir el contraste entre las dos Alemanias o las dos Coreas.

En 1989, primero se vinieron abajo los regímenes comunistas de “Europa del Este”. Al año siguiente (1990-91) Mijail Gorbachov tiró la toalla y le dio paso a la década de Boris Yeltsin, periodo en que se privatizaron las grandes empresas exportadoras con los amiguetes del poder. Como continuaban vigentes las categorías marxistas, a esos robos los calificaron como la “etapa de acumulación original del capital”.

El 31 de diciembre de 1999, al comenzar el siglo XXI, Vladimir Putin hereda la jefatura del gobierno. Al inicio de su gestión, para hacer evidente que ha dejado atrás su pasado de oficial del KGB, Putin desmantela la base de escuchas telefónicas “Lourdes” sin previo aviso a sus anfitriones cubanos, y deja de pagarles los 200 millones de dólares que le abonaba anualmente al ex satélite caribeño.

Fidel Castro tragó en seco. Ya aprenderían los traidores soviéticos el precio de su felonía. En esa época, en el 2005, un año antes de enfermar gravemente, y una década antes de morir, todo lo había dispuesto: el discípulo tonto, rico e insoportable, Hugo Chávez, la conquista, primero de América Latina, luego del resto del planeta.

En noviembre de 2016, cuando Fidel optó por morirse, sentía una gran amargura. Sabía que todo había sido inútil. Fracasaron sus sueños de doblegar al imperialismo yanqui y de demostrarles a los rusos que se habían equivocado. Raúl era un tipo mediocre, Maduro no servía para nada. Si llega a saber que Cuba, Venezuela y Nicaragua no serían bienvenidas a la “Primera Internacional Progresista”, se vuelve a morir del disgusto.