Provinciales

Aun quedan marcas de la tragedia en La Zurza

La inclemencia del sol no ha podido borrar la man­cha de sangre que quedó estampada en el techo de una de las casas del barrio La Zurza la noche del pasa­do martes, y que permane­ció como huella imborra­ble de un crimen que puso fin a la vida de dos muje­res.

Aracelis Manzueta San­tiago, de 36 años, y Vanes­sa Antigua Mejía, de 25, es­ta última enfermera de la clínica Cruz Jiminián, fue­ron las víctimas mortales al recibir ambas balazos en la cabeza. Según el in­forme médico, no tuvie­ron chance de luchar por sobrevivir y murieron al instante.

Los proyectiles impul­sados por el sentimien­to de rencor del teniente pensionado Negro Araujo y su hijo Alexander Arau­jo, también alcanzaron a José Manuel Ureña.

El herido de 36 años de edad permanece con vida con heridas de entrada y salida a nivel abdominal, de acuerdo a las declara­ciones del doctor Emilio Martínez, director médico de la clínica Cruz Jiminián.

Todo esto ocurrió alrede­dor de las 7:30 de la noche mientras escuchaban músi­ca cristiana, según cuentan los moradores del sector.

Efrain Manzueta, pa­dre de Aracelis, reveló que quien incitó a que los dos verdugos cometieran el he­cho fue Indhira Araujo, ya que, ella se encargó de lla­marlos para que estos “se la cobraran”.

Con cierta tristeza re­saltó que su hija e Indhira comparecían ante la jus­ticia por una trifulca en la que Soraida Manzueta, descendiente del señor, es­taba tras las rejas, y ayer el juez decidió ponerla en li­bertad, situación que le mo­lestó a Indhira y supues­tamente planeó el atroz hecho.

En las estrechas escale­ras del pequeño y hacinado complejo familiar en La Zur­za, Juan Francisco, primo de la familia, reveló que “Ara­celis estaba buscando solu­ción porque a la otra perso­na que está presa le habían roto un diente en el plei­to y ellos para no seguir el problema querían ayudar­los con los gastos y la otra persona no quiso entrar en acuerdo y lo que quería era que la metieran presa”.

Explicó que la hermana de Aracelis, que se llama Soraida y la hija estaban presas por una riña, pero cuando llegó el día de la audiencia, el juez le dio li­bertad mediante una fian­za porque vio que el asun­to no era tan grande para someterla a coerción. Asi­mismo, apuntó que la en­fermera Vanessa no estaba incluida en el problema, ya que ella solo “estaba visi­tando a su amiga”.

La fenecida joven se tras­ladó desde Cristo Rey a La Zurza con su pequeña niña de aproximadamente tres años, quien también vio a su madre fallecer, según cuenta un vecino.

Futuro por delante
Vanessa Antigua Mejía tenía cuatro años laborando en la clínica doctor Cruz Jiminián y sus compañeros de traba­jo destacaron que era una “empleada excepcional”.

“Aracelis tenía un compor­tamiento excepcional y fue una excelente profesional, ya que era apegada a su tra­bajo y a los pacientes”, ex­presó el doctor José Manuel Ureña, director médico de la referida clínica.