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Más que un simple tuit: La campaña de Trump para socavar la democracia

Nada en la Constitución le otorga al presidente Donald Trump el poder de retrasar las elecciones de noviembre, y hasta sus colegas republicanos desestimaron esa posibilidad sin pensarlo dos veces cuando la mencionó el 30 de julio. Pero ese no era el objetivo. Ante una inminente posible derrota, el objetivo era decirles a los estadounidenses que no deberían confiar en su propia democracia.

La idea de posponer el voto fue la culminación de meses de desacreditar unas elecciones que, según las encuestas, Trump está perdiendo por un amplio margen. En repetidas ocasiones, ha predicho “ELECCIONES FRAUDULENTAS” y un voto “sustancialmente fraudulento” y “la elección más corrupta en la historia de nuestro país”, todo basado en afirmaciones falsas, infundadas o exageradas.

Este tipo de lenguaje se asemeja al de los teóricos de la conspiración, los chiflados y los candidatos derrotados, no al de un actual residente de la Casa Blanca. Nunca antes un presidente estadounidense en funciones había tratado de socavar la fe pública en el sistema electoral como lo ha hecho Trump. Se ha negado a comprometerse a respetar los resultados electorales y, el 30 de julio por la noche, incluso después de que sus aliados republicanos destrozaron su sondeo del retraso electoral, planteó la posibilidad de meses de demandas para impugnar los resultados.

Trump ha puesto en juego no solo el resultado de la contienda de este otoño, sino también la credibilidad del sistema en su totalidad, según los académicos y operadores que por lo general simpatizan con el presidente. El hecho de que se plantee la posibilidad de aplazar las elecciones presidenciales, una idea aberrante en Estados Unidos y una reminiscencia de los países autoritarios sin Estado de derecho, corre el riesgo de erosionar el ingrediente más importante de una democracia: la creencia de la mayoría de los estadounidenses en que, cualesquiera que sean sus defectos manifiestos, el resultado de las elecciones será en esencia justo.

“Debilita la fe de la gente en nuestro proceso electoral”, dijo Jonathan Turley, profesor de Derecho de la Universidad George Washington que testificó a favor de Trump el año pasado durante las audiencias del juicio político. “Cualquier sistema constitucional se mantiene unido en última instancia por un voto de confianza. A fin de seguir el proceso, los ciudadanos deben confiar en él. Lo que el presidente está haciendo es sembrar la desconfianza sobre la legitimidad de incluso celebrar las elecciones”, agregó el catedrático.

Michael J. Gerhardt, experto en asuntos constitucionales de la Universidad de Carolina del Norte que testificó en contra del presidente en las audiencias de impugnación, dijo que las declaraciones de Trump formaban parte de un patrón de menosprecio por las normas que han definido a Estados Unidos durante generaciones.

“Creo que a largo plazo habrán muchos daños institucionales y el Estado de derecho se verá socavado en gran medida”, manifestó.

Incluso algunos de los asesores actuales y anteriores de Trump ven sus ataques al sistema electoral como un reflejo del miedo a perder y como un esfuerzo transparente para crear una narrativa que lo explique. Sam Nunberg, asesor de la campaña de Trump en 2016, dijo que el presidente estaba “tratando de adelantarse a una posible derrota”, culpando factores externos como el coronavirus.

“Lo que el presidente Trump no parece entender es que, a diferencia de experiencias pasadas en las que pudo enmarcar una derrota como una victoria, no hay manera de darle la vuelta a perder una reelección como presidente en funciones y afectar en consecuencia al Partido Republicano”, explicó Nunberg. “A pesar de lo que pueda creer el presidente, a la gran mayoría de sus seguidores no le interesan esos disparates”.

Agregó: “Los votantes republicanos y los medios conservadores sentirán en última instancia que, si no puedes derrotar a Joe Biden, no mereces otro mandato”.

Apenas en abril, un funcionario del Comité Nacional Republicano dijo que el exvicepresidente Joe Biden estaba “loco de atar” por sugerir que Trump podría tratar de “retrasar la elección de alguna manera”. Sin embargo, de hecho, Trump tiene una larga historia de sembrar la duda en los resultados electorales que no salen como él quiere.

Cuando parecía que iba a perder contra Hillary Clinton en 2016, sugirió en varias ocasiones que las elecciones estaban amañadas y que no se comprometería a aceptar los resultados… hasta que ganara, ni más ni menos. E incluso después de ganar el Colegio Electoral, insistió en que también había ganado el voto popular, porque supuestamente tres millones de inmigrantes indocumentados habían votado por Clinton, una afirmación hecha en apariencia de la nada y de la que su propia comisión no encontró evidencia.

Tan solo en 2020, Trump ya hizo comentarios públicos, escribió mensajes en Twitter o volvió a publicar otros sugiriendo fraude electoral 91 veces, según los datos recopilados para The New Yorker por Factba.se, un servicio que recaba y analiza datos sobre su presidencia. Volviendo a 2012, Factba.se contó 713 casos en los que Trump hizo referencia al fraude electoral, con un aumento particular en 2016 y 2018 antes de las elecciones en las que tenía algún interés.

Algunos de los aliados de Trump han dicho que tiene razones justificadas para manifestar su preocupación por la utilización generalizada del voto por correo a causa de la pandemia de coronavirus, aunque ese tipo de voto se ha emitido desde hace mucho tiempo sin pruebas de fraude generalizado. También acusan a los demócratas de ser quienes no están dispuestos a aceptar los resultados de las elecciones cuando pierden, señalando el esfuerzo de años para investigar la interferencia rusa en la campaña de 2016 y cualquier vínculo con la organización de Trump.

En una entrevista del año pasado con CBS News, Clinton dejó claro que consideraba que la elección de Trump era turbia.

“Creo que él sabe que no es un presidente legítimo”, dijo Clinton.

Hillary Clinton dista de ser la única candidata que ha perdido unas elecciones y ha considerado injusta su derrota. Si repasamos los primeros días de la república, quienes han perdido las elecciones han cuestionado la legitimidad de las victorias presidenciales.

Pero las quejas no suelen venir del Despacho Oval, sobre todo antes de que se celebren las elecciones. Y ningún presidente en el cargo ha hecho un esfuerzo serio por retrasar su propia reelección, ni siquiera Abraham Lincoln en 1864 durante la Guerra Civil o Franklin D. Roosevelt en 1944 durante la Segunda Guerra Mundial. Las elecciones también se celebraron según lo previsto durante las pandemias de 1918 y 1968.

Ronald C. White, un destacado biógrafo de Lincoln, señaló que el decimosexto presidente de Estados Unidos no trató de aplazar las elecciones aun cuando pensaba que era probable que perdiera. En cambio, hizo posible que los soldados en el campo de batalla emitieran sus votos, reconociendo que podrían apoyar al contrincante demócrata, su exgeneral, George B. McClellan.

“Incluso mientras la pandemia, el colapso económico y las protestas raciales han hecho que Trump se llame a sí mismo presidente en tiempos de guerra, Lincoln, quien verdaderamente enfrentó una, determinó que la elección de 1864 debía seguir adelante como una señal de que la Unión seguiría adelante”, dijo White.

Jill Lepore, profesora de la Universidad de Harvard y autora de “These Truths: A History of the United States”, dijo que los presidentes tienen la responsabilidad de fomentar la fe en la democracia.

“Lejos de socavar la confianza pública en la democracia que preside, es obligación de todo presidente cultivar esa confianza garantizando el derecho al voto, condenando la interferencia extranjera en las campañas políticas estadounidenses, promoviendo elecciones libres y seguras, y acatando sus resultados”, dijo.